La
comunicación es popular, es un bien de la comunidad, el principal elemento con
el cual el llamado ciudadano de a pie, aquel que no representa pero tampoco es
representado por nada, puede expresar sus necesidades y exigir el cumplimiento
de sus derechos.
Al
hablar de comunicación se habla de información, una información que esté al
alcance de todos sin ningún tipo de distingo o privilegio, que ante todo cuente
la verdad y defienda lo público como
principal convicción, pues la información es un derecho de todos y es una
consagración que se tiene en cualquier sociedad ‘civilizada’.
Durante
años se ha dado un debate extenso acerca de cuál es la posición que deben
asumir no sólo los medios, sino también los periodistas que tienen la misión de
construir sociedad y formar al público a partir de eso que él está en la
obligación de divulgar para democratizar a esa población, que se nutre cada día
de este trabajo para mantener su conexión con la realidad. Dicho
debate ha estado marcado por una serie de factores que ponen sobre la mesa la
siguiente pregunta, ¿para quién (o quiénes) trabajan los medios?
Se
dice que los medios de comunicación son el ‘cuarto poder’, pero esa premisa se
pone en tela de juicio cuando se ven
claros ejemplos de que ese llamado ‘poder’ pierde su vigencia y sucumbe
ante otros poderes más grandes aún (el político y el económico), haciendo que los
medios pasen de ser un órgano de control, cuestionamiento y regulación, a simplemente una entidad de divulgación de
los intereses y las acciones de esos poderosos emporios.
No
se puede olvidar que por naturaleza, los medios deben estar del lado de las
comunidades, para velar por su
bienestar, buscar la garantía de sus derechos y el sano cumplimiento de sus
deberes. Además de ser ese fiscalizador de las irregularidades cometidas por el
gobierno, la justicia o el órgano legislativo, las cuales representen una
amenaza a los intereses del ciudadano.
Aunque
debe reconocerse que en buena parte lo que origina la realización de esos
pactos perversos, es la sostenibilidad y la supervivencia de los medios, que
muy a pesar de la misión y las buenas intenciones que se puedan tener en un
comienzo, no dejan de ser empresas que requieren del capital para poder prosperar y
lograr sus expectativas de crecimiento. Por ello necesariamente se ven forzados
a sellar alianzas con las grandes corporaciones, para poder sobresalir en un mundo globalizado
dirigido por el mercado y el capital, en lo que se denomina ‘competitividad’.
Sin
embargo, más allá de la mencionada coyuntura, es claro que dicha situación se
da en mayor proporción en las grandes capitales, con aquellos ‘emporios de la información’ que
pertenecen a las familias más influyentes de la sociedad, que por tradición han estado ligadas a quienes
han detentado el poder y manejan la
economía como algo propio.
No
obstante, en los últimos años se ha venido dando una revolución que se ha
desligado de esta hegemonía. Estamos hablando
de las escuelas de comunicación alternativas, públicas e independientes,
que sin perseguir anhelo o interés de
lucro alguno, se las ha ingeniado para alcanzar la autosostenibilidad y cumplir
la misión que les ha dado la ciudadanía, para que ser ‘la voz de los que no tienen
voz’.
En
conclusión, la misión de los medios de comunicación no puede verse desviada por
mezquinos intereses de lucro, su naturaleza está de la mano con las comunidades.
Estos deben tener el carácter de confrontar al poder y contribuir con su
trabajo a la verdadera democratización de la sociedad, mas no a ser los
cómplices de las democracias disfrazadas y los regímenes ocultos.
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